
¿Barca o Madrid?, ¿Ronaldo o Messi?, las apuestas están abiertas...
Con un solitario tanto de Cristian Cásseres, el Deportivo Italia le arrancó los tres puntos al Caracas Fútbol Club en el Olímpico de la UCV, en lo que fue el choque más atractivo de la jornada, correspondiente a la fecha 14 del Torneo Apertura del fútbol profesional venezolano.
Los primeros cuarenta y cinco minutos transcurrieron sin movimiento en el marcador. Cristian Cásseres fue el más incisivo por parte de los “Azules”, mientras que el “Rojo” se insinuó a través de Zamir Valoyes, Alejandro Guerra y Darío Figueroa.
La más clara para los dirigidos por Noel Sanvicente llegó al minuto veintitrés a través de Franklin Lucena. Tras una jugada a balón parado que terminó en un potente disparo de Valoyes al arco de Zamora, el ex Caracas generó un rebote que impactó Lucena, pero su remate se fue desviado.
Para el arranque de la segunda mitad el Caracas se armó desde el vamos. Con llegadas claras de Castellín, Guerra y Figueroa, el “Rojo” puso en aprietos al portero “Azul” Zamora, quien se erigió como protagonista con achiques precisos y tapadas de feria.
Cíchero también tuvo una oportunidad para marcar a través de un disparo de larga distancia, pero Zamora logró desviar el esférico al tiro de esquina.
Cuando los “Rojos del Ávila” asumían el protagonismo total del choque, el Italia pasó factura. Un contragolpe encabezado por Di Julio por derecha terminó en un pase al área para el “Torito” Cásseres, quien logró marcar el tanto con el arco vacío ante la salida de Renny Vega. 0-1 arriba la tropa de Saragó.
Ante el resultado adverso, Sanvicente movió el banco de suplentes en búsqueda de la paridad. Con la inclusión de la “Pulga” Gómez y Rodrigo Prieto, el “Rojo” tuvo más llegada, pero no logró decretar el empate ante un Italia que mostró un orden defensivo impecable.
Al final, la victoria fue para los “Azules”, que igualan al Caracas en la cima de la clasificación con treinta y dos unidades, dos más que el Deportivo Táchira que logró llevarse la victoria en Maturín ante Monagas.
Vía: Talcual
El complejo funciona bastante bien para todos salvo para Messi. El mediapunta del Barcelona deambuló con la cara torcida por todo el frente de ataque. En la selección le han dado licencia para moverse por donde quiera. Pero estas concesiones al libre albedrío son engañosas. Responden a la falta de imaginación del técnico más que al reconocimiento al talento. Sin pelota, Messi es libre como el pájaro en la pajarera. En el Barça debe ajustarse a un orden más riguroso. Pero en ese orden es en el que mejor expresa sus virtudes. Participa con frecuencia porque su equipo tiene más la posesión. Se divierte y se convierte en un peligro. En Argentina se le ve aburrido. Un poco perplejo a veces. Ayer incluso sacó de banda en campo contrario. La jugada estaba para un ataque, pero Messi, la estrella del equipo, se sacrificó como un fontanero. Que un jugador como Messi, que debe ser el receptor, tenga que jugar con las manos, parece una mala señal. Sergio Ramos se lo agradeció mucho.
Vía: El País.comNo se suele entender el fútbol sin mirar el casillero, que para algunos refleja el éxito y el fracaso. Tan fácil como si el luminoso no sólo expresara el resultado, sino también la concepción o no, del mismo. Vamos, que para mucha gente, es la revelación de la vida misma, algo que, evidentemente, no comparto. No sólo que el resultado no la explica, sino que ni siquiera la sospecha.
El Barcelona puede jugar bien, mal, equivocarse en el pase o en el despliegue, pero si las dudas fueran gotas de sudor, los hombres de Pep Guardiola vivirían sin apenas un rasgo de transpiración. No los carcome el miedo, la clasificación, el peso de los cinco títulos y la defensa del prestigio conseguido.
Saben que todos los ojos se posan en la posibilidad del fracaso de un proyecto conmovedor -cantera y valentía-, no ya de unos colores. Porque el Barcelona, aún espeso, aún cerrándose algunos caminos, está tan tercamente convecido de su ideario, que muchas veces se inclina ante sí mismo.
Y me explico: a los blaugranas nunca nadie les ha jugado de igual a igual -como para esperarlo del Rubin- y jamás un equipo le ha propuesto compartir grandezas, sino que ante la lealtad de la búsqueda de la belleza, fue siempre respondido con artimañas defensivas, cerrojos, acumulación de líneas y defensas corriendo detrás de los culés. No me parece bien ni mal, pero es notoria la rivalidad de los ruines contra los que buscan ganar bajo la condición innegociable de no traicionar una idea.
Ante el Rubin se puede discutir el momento de algunos jugadores, podemos repasar cada ataque y llegar a la conclusión de que se deben refrescar ciertas ideas para no caer en la tozuda defensa de los rivales. Pero poseer la pelota el 80 por ciento del partido, no tirar jamás un pelotazo a ver qué pasa e intentar siempre jugar de la manera en la que han sido concebidos como equipo, es de subrayar, y si para algunos no es ponderable, es que vivimos entre demasiadas miserias como para no reconocer el único cisne que nos queda a los que amamos este deporte y su valor estético.
Lo cierto, lo conluyente, lo éticamente destacable, es que el Barcelona juega como un verdadero campeón, y un campeón, un verdadero exponente del éxito, juega sin dudas en sus posibilidades, aún equivocándose en la ejecución, aún sufriendo el mal momento de algunos de sus concertistas. Sabe, el Barça, que a pesar de los baches que pueda encontrar, si su mira se mantiene fija, si sus conceptos se mantienen firmes, el resultado ya está garantizado. Aunque no gane, el Barcelona nunca pierde. ¿Se entiende?
Vía: Goal.com
El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna.
Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.
El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.
Eduardo Galeano